Confesiones con una pianista

Bogotá/Interior/Noche

Acababa de terminar mi último trago de güisqui (whisky), ella estaba contenta dándome detalles de su recital. Levante la mano para llamar al camarero, éste no tardo en llegar, había estado especialmente atento, se acerca a la mesa y descaradamente, como lo ha hecho toda la noche fija sus ojos en mi pianista (debería estar enojado, en vez de ello, me sentía morboso). Ella no deseaba tomar nada y yo solicite otro güisqui doble sin hielo.

Son las dos de la mañana y los güisquis han hecho su efecto, levanto mi mano por novena vez en la noche, en instantes el mesero esta junto a la mesa con una bandeja de cuero negra y un papel impreso en ella. Reviso el trozo de papel blanco y voy en busca de mi billetera para pagar la cuenta.

Pasaron varios minutos, la presencia ineludible del mesero continuaba al lado de la mesa y sosteniendo aún la bandeja de cuero, mi pianista, parecía no entender la situación. Estaba viviendo los peores minutos de mi existencia. ¿Cómo había perdido mi billetera?, incluso más grave: ¿cómo iba a pagar la alucinante cifra que mostraba ese nefasto papelillo blanco?

El alcohol que en mi sangre fluía tan libremente subió y se concentro en mi cabeza. No se como concertamos, esa parte la olvide (creo categóricamente que las lagunas de un ebrio se dan concientemente, tan solo deseamos olvidar lo que nos conviene) ninguna de las partes había colocado objeción alguna.

Finalmente, yo estaba parado frente a la puerta del baño de empleados observando como los delicados dedos de mi pianista recorrían el rostro y el cuerpo del mesero que la penetraba delicadamente y que tocaba sus senos con dulzura; aquel camarero había estado especialmente atento con nosotros esa noche (debería estar enojado, en vez de ello, me sentía morboso).